jueves, 4 de junio de 2009

Mente en el siglo XXI, corazón medieval

Nací en 1672, en una pequeña cabaña en las afueras de la ciudad, entre grandes campos de trigo. Mis padres no eran precisamente ricos, pero trabajaban duramente de sol a sol para que no me faltase de nada. Por las noches, después de cenar, mi padre me sentaba en su regazo y me leía historias sobre caballeros, damas en apuros y de vez en cuando incluso dragones.

Los lunes solía ir de la mano de mi padre a los mercado que había dentro de las murallas. Recorríamos la ciudad pasando de un burgo a otro y comprando víveres y herramientas. Era una vida apacible, y me gustaba. De vez en cuando, nos topábamos con algún caballero a lomos de su montura. A veces la armadura era tan reluciente y estaba tan pulida, que el reflejo del sol en ella hacía imposible el mirarla.

Poco a poco fui creciendo y aprendiendo más cosas sobre los caballeros: honor, justicia, entrega, lealtad. En un mundo en el que el pillaje, los pícaros y los ladrones reinaban a sus anchas mientras el resto se lo permitía, los caballeros representaban la pureza que le faltaba a todo lo demás. Recuerdo perfectamente la noche en que justo antes de dormirme, decidí convertirme en un caballero cuando por fin fuese un hombre.

Sin embargo, al abrir los ojos al día siguiente, todo había cambiado. Desconcertado, miré a mi alrededor y comprobé que no estaba en mi lecho de paja sino en una cama mullida, que en mi habitación había multitud de objetos que desconocía y que los campos de trigo habían desaparecido. Descubrí que había viajado en el tiempo, y me encontré de pronto en el siglo XXI.

Tardé un tiempo en comprender y adaptarme, pero finalmente lo conseguí. De hecho, las cosas tampoco habían cambiado tanto. Ahora, en vez de sentarme en el regazo de mi padre para que me contase historias, me sentaba en un sillón para que una caja mágica lo hiciera. Los cuentos eran los mismos, pero ya no había dragones; había avaricia, envidia, celos, traiciones, pasiones desenfrenadas, miedos y dudas, muchas dudas.

La gente ya no iba en carros tirados por caballos, sino en carros que tenían los caballos dentro. Y hablaban muy extraño. Creo que lo que más me costó fue aprender a hablar como ellos. En lugar de "vuesa merced" decían "tú", y nunca decían "por favor" ni "gracias". En el mundo seguía reinando el pillaje, los pícaros y los ladrones mientras el resto se lo permitía. Pero además no se veía a un caballero por ninguna parte.

Así que decidí fabricar una coraza para protegerme, ensillé a lomos de un corcel blanco, y comencé mis andanzas. Quien sabe, quizás alguien llegue a escribirlas alguna vez...

1 comentario:

  1. dices "échale un ojo"...
    digo "ojo echado"...

    hablamos :)

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