lunes, 5 de octubre de 2009

Otoño a bordo

El otoño llegó de pronto, sin previo aviso. Un sonido distinto me acompañaba esta mañana. Miré hacia abajo, y caminaba sobre una crujiente alfombra de hojas marrones, naranjas y amarillas.

Los árboles mudan su vestimenta, su apariencia, pero no su esencia. Se desprenden de sus hojas caducas y marchitas, para renacer en primavera con más fuerza.Quizás nosotros deberíamos hacer lo mismo. De hecho, me siento bastante identificado. Ando cabizbajo, con el cuello enterrado entre los hombros, la nariz asomando por encima del abrigo. Supongo que por mucho que lo haya intentado, no he podido impedir que finalmente mis hojas cayeran. Hay veces que ni siquiera luchar contra viento y marea es suficiente. Porque por mucho que lo intenten, los árboles no pueden mantener con vida las hojas en invierno. A veces es mejor esperar, dejar el tiempo pasar y sentarse a contemplar el invierno hasta que llegue de nuevo la primavera.

Porque a veces la tormenta es tan fuerte que es imposible llegar al puerto. A veces el viento es tan poderoso que nos desvía del rumbo. Y por mucho que nos empeñemos en coger el timon, el mar acaba haciendo su voluntad y nos lleva donde quiere. Por fin lo he comprendido, y por fin soy capaz de levantar las manos del timón, antes de que el barco se hunda del todo. Seguramente debería haberlo hecho antes, pero cada uno aprende a su ritmo.

Así que me tumbo en mi camarote esperando que la tormenta amaine. Añorando otros tiempos, otros lugares. Pero no tiene sentido volver a tierra firme si hoy nadie me espera. Solo Fito, de fondo, me acompaña:

"Lo que me llevará al final serán mis pasos, no el camino.
No ves que siempre vas detrás cuando persigues al destino?
Siempre es la mano y no el puñal, nunca es lo que pudo haber sido..."


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