domingo, 21 de septiembre de 2008

Sueño de la última noche de verano

Cuando por fin se quedó sólo en la habitación, contempló sus manos igual que si estuvieran cubiertas de sangre. En el suelo no yacía ningún cadáver, pero él sabía que esa noche algo había muerto. Y él lo había matado. Sus principios, su moral, ahora ya no existían. Notó flotar una vez más su perfume en el ambiente, y sintió de nuevo su sabor en la boca y en la lengua. Un sabor que no había conocido hasta esa noche, pero que identificó sin ninguna duda. El gusto metálico y amargo de la traición.

Con la forma aún intacta de su cuerpo en la colcha de la cama, él joven se sentó en el otro extremo. Los remordimientos llenaban su cabeza. Él, que siempre había sido tan íntegro, tan honrado, había tirado todo ese esfuerzo en cuestión de horas. Y todo por esa mujer. Mirase donde mirase sólo veía sus ojos verdes, su melena de leona y sus labios, esos labios sensuales y carnosos que le habían cegado y llevado a la locura, acabando con su, hasta entonces, impenetrable muralla.

Después de que ella le declarase sus intenciones, él había caído en la perdición de su boca y de su cuerpo, pero reuniendo todo el aplomo que aún le quedaba había conseguido desprenderse de su hechizo y quedar con ella unas horas más tarde.  Durante ese tiempo no se la pudo sacar de la cabeza. Sabía que estaba mal, y él no hacía cosas malas. Era una partida de dos a la que estaba siendo invitado clandestinamente, por la puerta de atrás, y él no era de esos. Pero cuanto más pensaba en ella más fuerte era el encantamiento.

Al caer la noche, él sabía de sobra que el límite que podía aguantar hacía horas que había sido sobrepasado y que ya nada de lo que hiciera podría evitar que cayese en la tentación...

2 comentarios:

  1. Un relato interesante. Te animo a escribir más.

    Gracias por tu blog.



    (no te enfades por el anonimato...)

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  2. Jajaja, no me enfado, no te preocupes. Y no me des las gracias por el blog, gracias a ti por leerlo, porque sin vosotros esto no tendría ningún sentido (y me ahorraís una pasta en psicólogos)

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