Hoy nos hemos levantado con cierta morriña, pero no tanto de volver a Pamplona, sino de tener que dejar Praga. Es curiosa esta ciudad. El primer día nos llevamos una desilusión, pero poco a poco nos ha ido gustando cada vez más. Es un sitio al que me gustaría volver más adelante en mi vida.
Pero bueno, tampoco nos íbamos a quedar a vivir aquí, así que hoy hemos madrugado y a pesar de todos nuestros esfuerzos, alguien de cuyo nombre no quiero acordarme se ha retrasado, y tras una carrera de infarto hemos perdido el tren que pensabamos coger. De hecho, se nos ha cerrado la puerta del vagón en las narices y hemos visto con cara de bobos como se alejaba.
El problema ha sido que hemos tenido que esperar más de una hora al siguiente, que encima era más lento, por lo que hemos llegado a Viena bien avanzada la tarde. Así que aquí estoy, escribiendo estas líneas mientras Ibai y Dani juegan al ping-pong despreocupadamente. A ver donde cenamos hoy...
PD: Hoy no nos hemos olvidado de ninguna maleta. Eso sí, yo me he dejado la guía encima de la mesa de una pizzeria. Más que nada para no perder las costumbres.
martes, 7 de octubre de 2008
De nuevo en el tren
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